En esencia somos Humanos parte de un todo. En lo humano somos crueles, guerreros, ambiciosos, hambrientos de poder; ¿donde fue que se rompió el eslabón de la Divinidad?, ese nexo sublime que nos une con una conciencia colectiva que busca siempre el bienestar y la bondad común.Apelamos a un libre albedrío, en aras de esa libertad divina que nos permite escoger entre lo bueno y lo malo, nos escondemos y tratamos de ocultar esas cosas que hacemos y sabemos destruyen y acaban, pero en el fondo, estamos concientes que el ejercicio alegre de esta libertad, nos carcome, a pesar de que silencie nuestra conciencia. La generosa y bondadosa sapiencia del supremo, puso ante nuestros ojos veredas repletas de hermosos árboles, ríos que sacian nuestra sed, luces hermosas que en noches despejadas alumbran la oscuridad, resplandor de estrellas que al iluminar, nos recuerdan cuan grande e infinito es el todo; un cielo inmenso que en cúpula protectora nos protege de los rayos del Sol. Un amanecer intenso y una puesta que une almas en concordancia y reciprocidad de sentimientos. Montañas, valles, música de mil pájaros que levantan vuelo al infinito. Viento que nos refresca la piel en días de extremo sudor, transportando vida. Un mar imperioso que nos atrae en su infinito azul, ese olor a piélago. El colorido de las praderas que se abre en hermosas flores, nos privilegió con un sinfín de ecosistemas, para disfrutarlos e integrarnos en ellos. Puso en nuestras manos el mayor tesoro: ¡la libertad bajo la premisa del libre albedrío! Ningún sismo destruye al hombre, el trueno jamás nos alcanzaría el viento huracanado, nunca nos lastimaría, y las aguas nunca dejarían de transitar en su camino, para enfrentarnos. ¿¡Que hemos hecho entonces!? Para sentimos en este instante que el mundo se nos viene en cima. Hemos fracturado la capa de ozono, deforestado bosques, erguido ciudades, secado fuentes y riachuelos, desviamos el cauce de ríos. Socavamos la tierra para robar de ella las gemas, minerales, oro, y petróleo. Alzamos industrias que fabrican nubes negras cargadas de gases mortales, fabricamos las lluvias ácidas, provocamos desiertos, arrebatando a los yacimientos internos su agua. Habitamos en construcciones que desafían la altura, la codicia humana ante el deseo de poder se olvida que toda agua vuelve a su cauce, aunque tenga que infiltrarse en ríos subterráneos dragando. La tierra ruge. Edificios, puentes y vías tan solo se resquebrajan, y la naturaleza siempre ha de cobrar lo que a ella hacemos. Hemos olvidado que somos parte de este mundo, en él despertamos cada día, somos sus inquilinos, no sus dueños. En nuestro afán por ser dioses, por ejercer esa grandeza que nos fue otorgada, simplemente estamos acabando con el lar que nos fue dado, queremos desafiar el firmamento y pretender descubrir sus misterios, y tan solo resquebrajamos esa cúpula protectora. Hoy el sol penetra derritiendo polos, las aves vuelan enloquecidas, ya no sienten la primavera; miles de seres vivos procrean en épocas que no les pertenece y especies enteras desaparecen al no poder adaptarse a los cambios. Hemos confundido el mundo y pretendemos reparar lo que hemos destrozado, agonizan especies, los iceberg se quiebran derritiéndose, el mar aumenta sus aguas, las lluvias arrecian contra lo que encuentran a su paso, el calor quema la piel y el frío congela la médula. Como reparar lo irreparable, si año tras año el consumismo se incrementa. Cuando niña tras el paso de la lluvia, siempre disfrutaba viendo como altivo se erguía el Arco iris, hoy tan sólo deje de verle, ya no puedo apreciar su majestuosidad, y mis hijos nunca lo vieron. Uniéndome al grito de la inmensidad consciente, me pregunto: ¿CUAN DUEÑO SOMOS DEL MUNDO DE NUESTROS HIJOS? ¿QUE LEGADO LES DEJAREMOS, QUE DESIERTO DE VIDA LE BRINDAREMOS?
Escrito por: María Lasalete Marques®