Que yo me permita mirar, escuchar y soñar más.
Hablar menos, llorar menos.
Escuchar con mis oidos atentos y mi boca estática,
las palabras que se hacen gestos y los gestos
que se hacen palabras.
Saber realizar los sueños que nacen en mí y por mí,
y conmigo mueran.
Que yo pueda sustituir mis palabras:
Por el toque,
Por el sentir,
Por el comprender,
Por el secreto de las cosas más raras,
Por la oración mental (aquella que el alma cría y que sólo ella
escucha y sólo ella responde).
Que yo sepa reproducir en el alma, la imagen
que entra por mis ojos haciéndome parte suprema de la naturaleza,
creándome y recreándome a cada instante.
Que yo pueda llorar menos de tristeza y más de alegrias.
Que mi llanto no sea en vano,
Que envano no sean mis dudas.
Que yo no tenga miedo de nada,
principalmente de mí mismo:
¡ Que yo no tenga miedo de mis miedos!
Que me quede dormido cada vez que vaya a derramar
lágrimas inútiles y despierte con el corazón lleno de esperanzas.
Que yo haga de mí un hombre sereno dentro de mi propia
turbulencia.
Sabio dentro de mis límites pequeños e inexactos.
Humilde delante de mis grandezas (que yo me dé cuenta
cuan pequeñas son mis grandezas y cuan valiosa
es mi pequeñez).
Permítame yo enseñar lo poco que sé y aprender lo
mucho que no sé.
Traducir lo que los maestros enseñaron y comprender
la alegria con que los simples traducen sus experiencias;
auxiliar la soledad de quien llegó,
rendirme al motivo de quien partió,
y aceptar la alegria de quien quedó.
Que yo pueda amar y ser amado,
que yo pueda amar aún sin ser amado.
Hacer gentilezas cuando recibo cariños,
hacer cariños aunque no reciba gentilezas.
(Anónimo)